La adoración eucarística de las Cuarenta horas, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado (cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro), recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria y de San Carlos Borromeo después. Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización. Y Urbano VIII extiende esta práctica a toda la Iglesia.
La piedad eucarística del Jubileo de las 40 Horas, por su carácter expiatorio, suplicante y eucarístico, ayuda a muchos fieles a configurarse con Cristo y de estar en sintonía con su obra redentora, a través de la oración, que “es el medio privilegiado para relacionarnos con Cristo, para contemplar su rostro y aprender a servir a los hermanos”
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