Nuestro santo nació en la población de en Zsdunska- Wola el 8 de enero de 1894, cuando Polonia ni siquiera existía como nación. Austria, Rusia y Alemania se repartían su territorio.
No fue fácil la vida de
los Kolbe. El trabajo artesanal no podía competir con las modernas máquinas,
por lo que se vieron obligados a emigrar. En el espacio de nueve años
vivieron en al menos seis lugares diferentes entre Lodz y Pabianice, hasta su
instalación definitiva en ésta última ciudad, cerca de una importante fábrica.
El padre montó
un pequeño negocio y a ratos cultivaba un trozo de tierra arrendado. La madre
trabajaba en la fábrica y en su tiempo libre reforzaba la escasa
economía familiar ejerciendo como comadrona. La pobreza no les impedía
conservar con dignidad su carácter de familia católica tradicional. Ellos
mismos se ocuparon de la educación de los hijos con ayuda de la parroquia,
donde Raimundo ayudaba como monaguillo. Las escuelas no eran obligatorias,
enseñaban en ruso y eran demasiado caras para la clase obrera. Sólo en 1904 enviaron
a Francisco, que ya tenía 12 años, a la escuela de la fábrica para hacer los
estudios primarios, porque querían que fuese sacerdote. Al año siguiente ocupó
su lugar el más pequeño, mientras el mayor pasaba a la escuela comercial de
Pabianice.
A Raimundo le
tocó quedarse en casa. Tenía diez años y era muy vivaracho y desenvuelto y algo
travieso. Mientras sus padres iban al trabajo y sus hermanos al colegio, él
limpiaba la casa y se ocupaba de la cocina.
Como todos
los niños de su edad, también él se planteó el problema de su futuro: sus
hermanos, al menos, estudiaban; pero él: ¿Qué podía esperarse de él? Un día su
madre le regañó por algo que no hizo bien: "¿Qué va a ser de ti?", le
dijo. Aquella pregunta le dolió. Su madre no hizo caso al principio, pero
empezó a notar que Raimundo se acercaba con frecuencia, sin hacerse notar, a un
altarito que tenían en casa, y allí rezaba llorando. Siempre se le veía serio y
pensativo. Viendo aquel comportamiento tan impropio de su edad, temiendo que
estuviese enfermo, le obligó por fin a decirle lo que pasaba.
Llorando de
emoción, respondió el pequeño: "Mamá, cuando me reprendiste, le pedí mucho
a la Virgen que me dijera lo que iba a ser de mí. Luego en la iglesia se lo
volví a pedir. Entonces se me apareció la Virgen con dos coronas en la mano,
una blanca y otra roja. Me miraba con cariño. Me preguntó si quería aquellas
dos coronas. La blanca significaba que perseveraría en la pureza. La roja, que
llegaría a ser mártir. Yo le respondí que las aceptaba las dos".
Este secreto,
celosamente guardado durante toda su vida, revelado después de su muerte por su
madre, ilumina la vocación del padre Kolbe. El doble ofrecimiento de la Virgen
daba un sentido claro a su existencia, aunque eso no le resolvía demasiado las
cosas. Por delante tenía un largo camino de maduración y discernimiento, no
exento de peligros y de posibles equivocaciones. Solamente la presencia de
María, tan familiar desde entonces, le animaría a seguirlo sin miedo.
Fuente:
Biografía Fray Tomás Gálvez O.F.M.Conv.
El resto de su vida no debe dejar de sorprendernos cada día más: su
temprana vocación de entrega de su vida a Cristo, su fuego misionero y de
apostolado que le llevó a fundar la Milicia de la Inmaculada, su increíble y
loco amor a la Inmaculada, la entrega de su vida hasta el martirio por amor a
los demás en el campo de concentración de Auschwitz.
San Maximiliano, padre nuestro de la Milicia de la Inmaculada; en este día
en que viniste al mundo y tu vida fue una gran luz para los hombres de nuestro
tiempo; tus hijos de la Milicia de la Inmaculada del siglo XXI, te pedimos que
tu ejemplo de santidad nos ayude a llevar a todos los hombres y mujeres del
mundo, el mensaje de amor que nuestra Madre Inmaculada tiene para cada uno de
ellos: ¡Que son amados
locamente por Dios por ser hijos suyos!
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